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domingo, 11 de junio de 2017

¿Cómo sería el mundo si no tuviéramos que tener pasaportes?



"¿Qué diríamos si no pudiéramos ir de una ciudad a otra sin un pasaporte o un policía vigilando nuestra espalda?"

"Ten la certeza de que no estamos suficientemente agradecidos a Dios por los privilegios nacionales que tenemos", reflexionaba el editor británico John Gadsby en su viaje por Europa a mediados del siglo XIX.

En esa época, el sistema actual de pasaportes aún no existía.

Si alguna vez has cruzado la frontera, este te resultará familiar: tienes que hacer cola y enseñar una libreta estándar a un agente uniformado. Este escrudiña tu rostro para verificar que se parece a la versión más joven y delgada de ti mismo que aparece en la foto (y ese corte de pelo: ¿en qué estabas pensando?).

Tal vez te haga algunas preguntas sobre tu itinerario mientras su computadora rastrea tu nombre en una lista de posibles terroristas. Derechos de autor de la imagen Paul Bradbury

Pero, durante la mayor parte de la historia, los pasaportes no se utilizaron en todas partes ni de forma tan rutinaria.

Solían ser, fundamentalmente, una amenaza: una carta firmada por alguien poderoso que solicitaba que se permitiera al viajero continuar sin complicaciones... o habría repercusiones.


Un pasaporte para salir del pueblo

El concepto del pasaporte como elemento de protección se remonta a tiempos bíblicos.

Y la protección era en el pasado un privilegio, no un derecho: caballeros ingleses como Gadsby que querían un pasaporte antes de aventurarse a cruzar el Canal de la Mancha debían recurrir a sus contactos sociales para encontrar a algún ministro competente.

Sin embargo, tal como descubrió Gadsby durante su paso por Francia, hasta ésta, una de las naciones más burocráticas de Europa, se dieron cuenta del potencial de los pasaportes como herramientas de control social y económico.

Incluso un siglo antes, los franceses debían mostrar documentos y trámites no sólo para salir del país, sino para desplazarse de un pueblo a otro.

En la actualidad, los países ricos refuerzan sus fronteras para mantener fuera de ellas a los trabajadores no cualificados. Históricamente, las autoridades municipales usaban los pasaportes para impedir que sus residentes cualificados se fueran.


A punto de desaparecer

Con el paso del tiempo, el ferrocarril y los barcos a vapor hicieron que viajar fuera un proceso más ágil y barato. En esos tiempos, los pasaportes no gustaban.

El emperador francés Napoleón III compartía la admiración de Gadsby por el sistema británico, que era más relajado. Describía los pasaportes como una "invención opresiva... una vergüenza y un obstáculo para el ciudadano pacífico".

Así que decidió abolirlos en 1860.

Muchos países siguieron los pasos de Francia y eliminaron formalmente las exigencias de pasaportes o simplemente dejaron de molestarse en velar por su cumplimiento. Al menos, en tiempos de paz.

En 1890, se podía viajar de Europa a América sin pasaporte, aunque también ayudaba el hecho de ser blanco.

En algunas naciones sudamericanas, las constituciones incluían el derecho a viajar sin pasaporte. En China y en Japón, se le pedía este documento a los extranjeros sólo si querían adentrarse en sus territorios.

Al llegar el siglo XX, sólo un puñado de países todavía insistía en exigir un pasaporte para permitir la entrada o la salida.

La desaparición de estos documentos parecía posible a corto plazo.

¿Cómo sería hoy el mundo si eso hubiera sucedido?


 
Un símbolo de la crisis migratoria
Una mañana de septiembre de 2015, Abdullah Kurdi se subió a un bote inflable con su esposa y sus dos hijos en una playa de Bodrún, en Turquía. Querían cruzar los 4 kilómetros de Mar Egeo que les separaban de la isla griega de Kos.

Pero las aguas se pusieron bravas y el bote se volcó. Kurdi consiguió aferrarse a la nave, pero su familia se ahogó.

El cuerpo del más pequeño, Aylan, de sólo tres años, fue arrastrado por el mar hasta una playa turca, donde fue fotografiado por el periodista de una agencia de noticias local.

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